Publicado en El Mundo de Berisso 05/02/16

HUMEDAL EN CARNE PROPIA
Una columna del naturalista Julio Milat
Tosca y cemento para el futuro
El fondo de la calle Nueva York fue muy frecuentado y famoso en diferentes épocas de la historia de nuestra ciudad. Fue por ejemplo testigo de la entrada y la salida de los miles de obreros del Frigorífico Armour, entre ellos mis abuelos Luis y María. También sitio del embarcadero de las lanchas que salían hacia Isla Paulino, con su casilla de madera donde se vendían los pasajes y donde florecía puntualmente a fin de año una de las plantas más grandes de hortensias que vi alguna vez. Aún hoy, el 214 sigue llegando como final de su largo paseo original desde Los Hornos. También el 202 con su letra J, cumpliendo su recto viaje entre La Balandra y la Nueva York.
Pero un día el embarcadero se mudó, el canal de salida a Río Santiago se cerró con un terraplén y comenzó el silencio humano. Pasaron las semanas y la naturaleza entendió que le habían dado permiso.
El canal de salida de lanchas se convirtió en una enorme laguna, se rodeó prolijamente de juncos y espadañas. El agua se cubrió de plantas flotantes. El terraplén que la separaba del río se pinchó y comenzó a intercambiar agua y vida con el gigantesco Río de la Plata. Y se bordeó de ceibos. La parte alta, donde latía el frigorífico, se convirtió en un extenso pastizal y el viento del este trajo las semillas de la vecina Isla Paulino. Así, el espacio se transformó en un banquete servido para insectos, mariposas, peces, culebras y aves; muchas aves.
La laguna dio alimento y refugio a todas las acuáticas, garzas en sus orillas, patos y gallaretas en su espejo libre y gallinetas y burritos asomando entre los pajonales. La cabecera se llenó de plumerillos, sumando otro ambiente. Tortugas acuáticas y biguáes no perdonaron tanta abundancia de peces. Aparecieron enredaderas y hongos. Toda la diversidad imaginable en una sola mirada.
Eran los comienzos del siglo XXI y se había declarado Patrimonio Histórico Nacional a la calle Nueva York. Nuestras cabezas no cesaban de buscar el modo de proteger ese paraíso.
Junto a mi compañero de descubrimientos, Ugo (Adam), creímos que con la importancia cobrada por la calle adoquinada se recuperarían los frentes de las casas y locales; que el edificio de la vieja Usina se transformaría en un centro de exposiciones; que los turistas podrían transitar la historia de la ciudad y al final del recorrido tener una visión de la plenitud de la naturaleza en el Río Santiago.
Tendríamos bancos para sentarnos a mirar el río y el movimiento de la superficie del agua al ritmo de sus barcos y veleros. Quedaría la enorme palmera canaria en el frente del canal, faro y testigo de una gloriosa época productiva. Sería un paseo de Historia, Cultura y Naturaleza en un día de sol.
A finales del año 2008 organizamos una visita al lugar para que público, observadores de aves y fotógrafos multiplicaran perspectivas y atraparan instantes de esa maravilla. Fue en esos tiempos cuando comenzaron a circular las primeras noticias sobre la construcción de una terminal de contenedores.
Recuerdo que el día de la salida nos recibió el griego Sioutis, elegante vecino de toda la vida en la Nueva York, y nos tranquilizó contándonos que a lo largo de sus años había escuchado sobre no pocos proyectos en el puerto y nunca había visto uno concretado. Ese día, el lugar lució todas sus galas para el público visitante. Y registramos 85 especies de aves.
Los del grupo que participó de esa jornada y los nuestros fueron los últimos ojos que disfrutaron del esplendor desinteresado que se nos ofrecía.
Las obras comenzaron y cientos de metros cúbicos de tosca sepultaron toda esa vida. No tuve ganas de volver al lugar y tratar de entender el supuesto desarrollo económico de la ciudad. Pensé en la Reserva de Costanera Sur, un lugar otrora amenazado que hoy visitan miles de personas todos los días. ¿Quién podía entender el increíblemente rico lugar que se había gestado allí?. Pocos fuimos los que llegamos a verlo. Afortunadamente los niños de dos cursos de la Escuela 2 y sus maestras alcanzaron a conocerlo.
El 19 de diciembre de 2014 fue inaugurada la nueva terminal de contenedores del Puerto La Plata. En su discurso, el gobernador y candidato a presidente expresó que donde había un pajonal abandonado se construía el desarrollo y el futuro económico de la región. Una marea política llenó nuestros oídos de desarrollo, despegue económico y miles de puestos de trabajo para Berisso.
Hoy, la vieja Usina está en venta, la calle Nueva York sumida en un abandono eterno y el griego partió hacia otros cielos. El pajonal, la laguna, el pastizal, todo un completo y perfecto humedal, dejaron de existir. Y las grúas naranja miran al cielo, pidiendo trabajo.
Como decía un amigo: “Cuando descubras un lugar no lo difundas, porque viene el progreso y te lo tapa”. Las consecuencias las charlamos en otra columna.


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