Publicado en El Mundo de Berisso 12/02/16

Humedal en carne propia
Una columna del naturalista Julio Milat
El canal Génova, nuestro humedal urbano
El canal Génova aparece en los primeros planos del siglo pasado con el nombre de Canal Desaguadero, con un dibujo de recorrido similar al curso actual. Más tarde adopta su nombre actual, acompañando a la Avenida que nos introduce al corazón de la ciudad.
Hace 80 años mi viejo y los amigos del barrio se bañaban en verano; mis abuelos paternos vivían sobre la calle Génova, frente al canal testigo de las mejores flores de dalia que cultivaba mi abuelo.
Hace 40 años yo solía pescar en la pasarela a la altura de la calle Unión, volvía a mi casa y convertía en pecera un frasco grande de aceitunas. Así observaba durante horas el nervioso movimiento de las mojarras o la elegante silueta de un bagre. Se puede decir que el canal forjó muchas infancias, entre ellas la de mi papá y la mía, siempre mostrando su lucido paisaje.
En imágenes  antiguas se pueden ver sus orillas muy arboladas y, amarrados en sus costas, botes con los que se podía llegar hasta Río Santiago; un canal que desemboca en otro histórico del partido, el canal Saladero, que naciendo detrás del Parque Cívico, llevaba la carga de los hermanos Berisso hasta Buenos Aires. El Génova con el Saladero, el Saladero con el Río Santiago, y el Río Santiago con el río más ancho del mundo: una semilla del Paraná podía terminar brotando en la orilla del Génova, tal magnitud el hilo conductor de la vida.
Tuvo el mandato de ser un canal de desagüe pluvial, pero con el crecimiento urbano, por falta de cloacas u omisión de sus conexiones, comenzó a recibir una carga más pesada, la orgánica de los cientos y hoy miles de baños domiciliarios.
Pero el canal no se desanimó y aprovechó  los camalotes, plantas acuáticas flotantes y filtradoras de sus aguas que llegaban al canal por las diarias crecidas que aportaba su soporte mayor, el Río de la Plata.
En los ‘90 se decidió construir una compuerta a la altura de la calle Lisboa (166) para evitar inundaciones en un sector de la ciudad. Esto cortó el flujo periódico de subidas y bajadas y una parte importante del canal nunca alcanzó a desagotar, lo que provocó el estancamiento de las aguas convirtiendo a los camalotes en únicas bombas depuradoras. Para esta tarea necesitaron aumentar su tamaño así como el de sus raíces con el fin de ampliar la superficie de absorción.
Los camalotes cumplieron el mandato divino de ‘crecer y mulitiplicarsel’ y de una solución pasaron a ser un problema, cubriendo toda la superficie del canal.
Muchas veces he observado las ofrendas que muchos vecinos depositaban en sus orillas, desde bolsas de basura y escombros, hasta grandes electrodomésticos en desuso (televisores, heladeras, lavarropas…), en clara malinterpretación del poder reciclador de sus aguas. Y detrás llegaron las ratas, únicamente en busca de sustento en la basura.
¡Pobre canal!  Los vecinos claman la limpieza urgente al gobierno municipal de turno, el gobierno accede y por enésima vez se contratan máquinas para “limpiarlo” y dejar al descubierto sus aguas oscuras y grises.
Siempre nos sucede lo mismo: nos dejamos estar durante largos períodos y de pronto, recurrimos a soluciones rápidas y caras para nuestros flacos bolsillos.
Las aguas bajan turbias al canal Génova y los camalotes cumplen la función de depurarlas. Entonces nos faltan sectores con superficies libres alternados con sectores cubiertos de esas plantas, nos faltan barreras flotantes de contención para limitar el crecimiento desmedido y nos falta el control periódico de la apertura de las compuertas para lograr un equilibrio biológico.
En las orillas del canal crecen plantas palustres como paja brava y espadañas que protegen de la erosión pluvial y albergan gran cantidad de fauna benéfica, como anfibios e insectos.
Este canal ha tenido tardes llenas de garzas blancas, ha tenido coipos (mal llamados nutrias): grandes roedores que se alimentan de camalotes y que fueron confundidos con ratas. A ésta y otra fauna la hemos eliminado sistemáticamente en cada palada mecánica.
Más de 60 especies de aves pueblan el canal. Algunas tardes cruza el Puente 3 de Abril, evitando los semáforos, un martín pescador grande, o un biguá en busca de peces; hay tortugas acuáticas, bandadas de tordos varilleros recorren los camalotes en busca de alimento, un gran número de mariposas recorre las flores de las margaritas de bañado.
Es notable el trabajo de muchos vecinos que se han encargado de embellecer las orillas del canal plantando árboles, manteniendo corto el pasto en sus orillas frente a sus casas e incorporando ese espacio como lugar de charlas y mate.
Pocas son las ciudades que tienen un canal como puerta de entrada a los visitantes.
Un canal que cumple el rol de humedal, escurre las aguas de lluvias, actúa como reservorio de agua dulce y nos brinda un marco natural y paisajístico, merece ser incorporado como espacio público, escenario de actividades culturales y ferias artesanales.
Las sendas aeróbicas fueron muy buen recibidas por la gente de la ciudad, tanto que podrían extenderse al menos hasta la pasarela del club Estrella, proveyéndolas de especies nativas que brinden sombra reparadora y sirvan de refugio a la fauna.
Sinceramente ya no sé cómo escribir sobre el canal. Hace más de 20 años que vengo hablando con intendentes y secretarios de obras públicas. Hace dos años, fui citado a la comisión de Medio Ambiente del Concejo Deliberante, sin resultado alguno.
Creo que le debemos una y muy grande a este canal que nos acompañó toda nuestra vida en la ciudad. El proyecto necesario incluiría muchos actores: el municipio, los vecinos, la educación en las escuelas cercanas al canal, entidades intermedias y comercios.
Quizás sea esto un desafío, trabajar todos juntos para el beneficio común. Hablo de un canal, después podemos seguir por un país.


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